Bricolajes; Los niños producto de la ciencia. Esthela Solano

Esta es la reseña de la conferencia ofrecida por Esthela Solano en el marco de las actividades del año 2015/2016 del Seminario del Campo Freudiano de San Sebastián. La conferencia tuvo por título:
Bricolajes: Los niños producto de la ciencia

En dicha conferencia, Esthela nos habla de que el psicoanálisis, a partir de Freud, pone en evidencia que la sexualidad no tiene nada de natural. Lo que quiere decir que para los seres hablantes no responde a ningún programa instintivo, como es el caso de los animales. Por ello, la sexualidad para nosotros es un misterio que implica un agujero en el saber, ya que no contamos con un saber instintivo y programado sobre ella que esté inscrito en nuestro inconsciente. Así el niño tendrá que ir encontrando y construyendo sus propias respuestas fantasmáticas ante el real de la sexualidad. Respuestas que vendrán a socorrerlo frente al enigma de su propio deseo y del deseo del otro.

El discurso de la ciencia introduce una disfunción inédita entre sexualidad y procreación, y entre procreación y gestación. La ciencia “produce” niños fuera del coito poniendo “a cielo abierto” la no relación entre deseo sexual y deseo de niño, entre parentalidad y sexuación, lo cual viene a confirmar que en el hombre la sexualidad no tiene nada que ver con lo natural.

En la actualidad, la procreación de los niños forma parte de un mercado, de un comercio, como lo deja claro el hecho de que podamos encontrar en internet un sitio donde podemos alquilar un vientre o comprar espermatozoides y óvulos.
Esto se debe a que la ciencia ha trascendido los límites de lo natural relativos a la edad o la identificación sexuada, por ejemplo. Así, hoy hay mujeres de 70 años que pueden tener un hijo.
Este fenómeno es integrado por el discurso capitalista, para el que actualmente, existe un mercado que prospera produciendo niños, siendo las madres portadoras el último eslabón de una cadena de producción, pero la “mercancía” no siempre es aceptada.

Así, existen casos donde los niños son devueltos, cuando por ejemplo nacen con un labio leporino o una trisomía. ¿Y dónde van a parar estos niños “devueltos”?. Este es un gran problema, ya que existe un gran vacío legal para regular este tema.
Esta es nuestra actualidad: el niño es un producto del discurso de la ciencia y del discurso capitalista. Así, el niño, en tanto objeto producido por estos discursos, no difiere mucho de otros objetos introducidos por la ciencia, como un iphone o una tele.

En esta era de la ciencia se constata que un niño es un objeto, un niño que fue causa del deseo, sobre todo del deseo de las mujeres.
Sin embargo, a la ciencia el deseo no le importa nada, forcluye el deseo y lo que importa está en relación a las cifras de venta.

Pero el deseo no tiene nada de natural ni de normativo, y nada asegura que el hecho de haber querido a toda costa un niño, esté de acuerdo con el deseo, incluso puede ser contradictorio.

La cuestión del deseo si será muy importante para el niño venido al mundo, haya sido engendrado en el marco de una relación amorosa o bien como un montaje de laboratorio, la cuestión del deseo que ha precedido su venida al mundo será un enigma para él.

Lo que realmente cuenta para cada sujeto no es el tipo de padres que haya tenido, sino cómo fue la forma en que para él se anudó el amor, el deseo y el goce. Ese nudo responde a una suerte de bricolaje propio y singular fruto de la pura contingencia y de los encuentros y desencuentros.

Finalmente, Esthela plantea una pregunta importante; ¿Qué función tienen entonces aquellos que deben tomar a cargo un niño?,. A la cual responde, que los padres, ya sean biológicos o no, tienen una función que no puede reducirse a la función educativa y que es una función que se trasmite sin ningún manual de uso.
Los padres no son tanto transmisores de una función a título de rol masculino o femenino. No se trata de rol sino de soporte viviente y encarnado en la función del deseo. Pero el deseo necesita de la prohibición. Por que somos seres hablantes la función del deseo no puede enseñarse sino trasmitirse.