Los niños y el autismo

Comenzaremos por recordar algo de la historia del autismo. En 1943, Leo Kanner, introduce el concepto de “autismo infantil precoz”, señalando que los niños afectados por él presentan tres características: relaciones con los otros alteradas (rechazo del otro) trastorno en la comunicación (retraso o ausencia de lenguaje verbal y no verbal) y trastornos del comportamiento (restringido y estereotipado), siendo para él características esenciales, la soledad y la fijeza.
Su inicio es en la infancia, antes de los tres años. Se diferencia del Síndrome de Asperger en que en éste no hay retraso del lenguaje y que se inicia después.
Las clasificaciones diagnosticas actuales consideran al autismo como un trastorno en base a varios déficits.
Por su parte, las teorías cognitivas han introducido el concepto de “espectro autista”, para englobar un grupo de trastornos que se caracterizan por presentar los tres síntomas comentados anteriormente.
Estas clasificaciones, hablan de déficits bajo el postulado de la organicidad, intentando demostrar que lo que le ocurre al niño es fruto de fallos genéticos o alteraciones cerebrales.
Esta visión reduccionista deja fuera la subjetividad y singularidad del niño y conduce a la medicalización de la infancia con las consecuencias que esto conlleva. Además, al no tener en cuenta la singularidad del niño, se intenta tratar a todos por igual, educando al niño para que alcance la “normalidad”, sin embargo, bajo la perspectiva del psicoanálisis, es muy importante para su tratamiento, tener en cuanta a cada uno como diferente. Por eso mas que hablar del autismo, sería mejor hablar de los autismos.

Para el psicoanálisis el autismo no se trata de una enfermedad, sino de un «funcionamiento subjetivo singular”. Así, el autismo es una posición del ser, una respuesta del sujeto, que implica una relación particular con el mundo y con el lenguaje.
Esta respuesta se produce entre los pocos meses y los 2-3 años de vida. En este intervalo de tiempo donde el sujeto se va a posicionar, se producen dos procesos importantes muy importantes: el acceso al lenguaje y a la palabra, y el acceso a la imagen e identidad.

En el umbral de estos dos procesos el sujeto autista va a detenerse, de manera que actúa en él un NO radical.

Una hipótesis es que la posición subjetiva que se adopta, surge de la defensa del sujeto ante lo real, algo angustiante que no puede simbolizarse.

Esta respuesta incluye un rechazo del otro en la medida que este otro para él resulta intrusivo y amenazante. Para él, el mundo es un lugar hostil y monstruoso. Es por eso que Eric Laurent habla de “encapsulamiento” autista, una burbuja de protección cerrada con la que protegerse.

En el tratamiento psicoanalítico del niño autista tratamos de construir un espacio donde el otro sea visto como menos amenazante. Se trata de crear un lugar que permita al niño acercarse al otro, para sacarlo o desplazar, ese encapsulamiento que lo aísla como si fuera un caparazón.

El tratar al niño como un sujeto singular, implica reconocer y valorar su forma de relacionarse con el mundo potenciando aquello en lo que son creativos y “brillantes” y no quedarse fijado ante “lo que les falta”. Respetar eso particular que él ha inventado para arreglárselas en este mundo posibilita que pueda construir un lazo con el Otro inédito.

Bibliografía:
Silvia Elena Tendlarz. Niños autistas.
Silvia Elena Tendlarz. El lazo sutil con el autista.
Reseña del documental proyectado en Murcia “Otras voces” de Iván Ruiz.